Ronda, tierra de vino: la revolución enológica de la Serranía que conquista el mundo
Enclavada en lo más profundo de la Serranía, Ronda ha sido durante siglos sinónimo de historia, arte y paisaje. Pero en las últimas décadas, esta ciudad monumental y sus pueblos blancos vecinos han añadido un nuevo motivo de orgullo a su ya rica identidad cultural: sus vinos.
Una tradición recuperada
Aunque el cultivo de la vid en Ronda se remonta a la época romana, e incluso antes, fue en los últimos 30 años cuando esta tradición cobró una fuerza renovada. La apuesta de pequeños viticultores, en su mayoría apasionados que llegaron atraídos por la belleza del entorno, dio paso a un renacer enológico que hoy posiciona a Ronda como uno de los destinos vinícolas más prometedores del sur de Europa.
La creación de la Denominación de Origen Protegida “Sierras de Málaga”, y dentro de ella la mención específica “Ronda”, consolidó este proceso. Hoy, con más de 20 bodegas activas y más de 900 hectáreas de viñedos, los vinos de Ronda no solo se disfrutan en mesas locales, sino que cruzan fronteras y aparecen en cartas de restaurantes en París, Nueva York, Tokio o Berlín.
Vinos de altura con carácter
La altitud media de los viñedos ronda los 700 metros sobre el nivel del mar. Este factor, combinado con la diversidad de suelos –arcillosos, calcáreos, arenosos y pedregosos– y un clima que mezcla la frescura de la montaña con la intensidad del sol andaluz, da lugar a vinos con una personalidad única.
Tintos potentes de variedades como Cabernet Sauvignon, Syrah, Garnacha o Petit Verdot; blancos frescos de Chardonnay o Sauvignon Blanc; y propuestas más innovadoras como vinos naturales o espumosos biodinámicos, hacen que la paleta rondeña no tenga nada que envidiar a regiones con siglos de recorrido comercial.
Premios y reconocimiento internacional
Los vinos de Ronda han ido conquistando los paladares más exigentes. Bodegas como Joaquín Fernández, Schatz, Doña Felisa (Chinchilla), Descalzos Viejos o García Hidalgo han sido galardonadas en certámenes como los Decanter World Wine Awards, los Premios Bacchus o los International Wine Challenge.
Este reconocimiento no solo confirma la calidad de sus caldos, sino que impulsa una economía rural basada en el respeto al entorno, la innovación y el turismo enológico.

Gastronomía y territorio
El auge vinícola ha ido de la mano del desarrollo gastronómico de la zona. En Ronda y sus alrededores han florecido restaurantes que reinterpretan la cocina serrana con productos de cercanía: quesos de cabra payoya, embutidos artesanales, caza menor y aceite de oliva virgen extra, todo maridado con vinos locales.
Este binomio vino-gastronomía ha convertido a la Serranía de Ronda en un destino imprescindible para los amantes del buen comer y del buen beber. Además, muchas bodegas han abierto sus puertas al enoturismo con visitas guiadas, catas entre viñedos y eventos culturales que atraen a miles de visitantes al año.
Una revolución silenciosa
Mientras otras regiones han seguido caminos más industrializados, Ronda ha apostado por la sostenibilidad, la producción limitada y el respeto al terroir. Esta “revolución silenciosa” ha conseguido que, sin grandes alardes, el nombre de Ronda comience a ser pronunciado en los mismos círculos en los que se veneran los vinos de Burdeos, Toscana o Rioja.
Los pueblos que dan alma al vino
Arriate, Setenil de las Bodegas, Montejaque, Gaucín o Alpandeire son nombres que no solo evocan paisajes de postal, sino también viñas que trepan por laderas imposibles, bodegas familiares donde la crianza sigue siendo un arte y vecinos que, generación tras generación, mantienen vivo el espíritu del vino.
La Serranía de Ronda no solo produce vino: lo cuenta, lo canta y lo celebra. Porque en cada copa hay historia, tierra y un futuro que, afortunadamente, huele a mosto joven y sabe a vino maduro.