Antonio de los Ríos Rosas

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Antonio de los Ríos Rosas / 1812

Antonio de los Ríos Rosas fue nombrado jefe político de su provincia natal en 1839, por el gobierno de Pérez Castro.

Combatió en el Congreso y en la prensa la regencia del general Espartero.

En el año l 843 fue el encargado de realizar los discursos de contestación al Mensaje de la Corona, formó parte del Consejo Real.

En 1848 inició la disidencia con González Bueno junto a otros moderados, critico las contradicciones del régimen de Narváez.

Formando parte de esta forma de la tendencia «puritana», es decir del a la izquierda del Partido Moderado.

Demostró su gran altura intelectual interviniendo en las Constituyentes del Bienio Progresista.

Allí se opuso a la inclusión del término «soberanía nacional» y a la ampliación del sufragio en los ayuntamientos.

Ministro de la Gobernación

Fue uno de los inspiradores del movimiento unionista de O’Donnell, que le nombró ministro de la Gobernación en 1856.

Restaurada la Constitución de 1845, redactó un «Acta Adicional» añadiendo a ella algunos principios modernizadores, como la limitación de los poderes y la garantía de apertura para las Cortes.

El documento permaneció vigente sólo un mes, ya que el 14 de octubre de 1856 Narváez lo derogó. Como embajador en Roma, firmó el 25 de agosto de 1859 un convenio que favorecía y reanudaba las interrumpidas relaciones con la Santa Sede.

En 1861 mostró su disconformidad con la línea seguida por el gobierno centrista, que habría dejado pasar una gran ocasión histórica para llevar a cabo reformas necesarias.

Desde l 863 será presidente del Congreso, y desde 1865 del Consejo Real. Durante el Sexenio Revolucionario se significó como monárquico conservador, apoyando a Amadeo de Saboya. En sus últimos meses de vida siguió a Castelar.

Antonio de los Ríos Rosas representó a los abogados y profesionales de clase media, preocupados por modernizar y dar un sentido moral al sistema oligárquico liberal, dentro de una coherente doctrina conservadora.

Desde sus comienzos se distinguió como un agudo articulista (con colaboraciones en La Abeja, El Español y El Heraldo), pero lo que le dio fama fue su arrebatadora y fogosa elocuencia.

Fue académico de número de la Española desde 1864 y presidente del Ateneo de Madrid.

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