José María “El Tempranillo”

José María “El Tempranillo”: El hijo rebelde de la Serranía de Ronda

Bandoleros de la Serranía de Ronda

En las entrañas escarpadas de la Serranía de Ronda, donde los tajos cortan el horizonte y el silencio de los montes solo se quiebra con el eco de las aves rapaces, se forjó la leyenda de uno de los bandoleros más célebres de Andalucía: José María Hinojosa Cobacho, conocido para la historia como El Tempranillo.

Nacido en Jauja (Córdoba) en 1805, José María no tardó en ganarse su apodo. A los 15 años ya había empuñado las armas tras verse envuelto en una reyerta que terminaría con la vida de un hombre. Era un tiempo de miseria y represión, tras la Guerra de la Independencia, cuando el campo andaluz se convirtió en tierra de nadie. El joven huido encontró en los montes de la Serranía de Ronda no solo refugio, sino una causa.

La Sierra como Amparo y Escenario

Las sierras de Ronda y Grazalema fueron el escenario perfecto para su particular forma de justicia. Conocedor de cada vereda, de cada cueva, El Tempranillo convirtió estas tierras en su bastión. En poco tiempo pasó de ser un joven fugitivo a líder de una partida de bandoleros que, con sorprendente disciplina, ponía en jaque a la Guardia Civil.

Su fama creció no solo por su destreza en el combate, sino también por su peculiar código de honor: se decía que robaba a los ricos para dar a los pobres, que respetaba a las mujeres y que jamás derramaba sangre sin motivo. Leyendas populares lo presentan escoltando a damas de vuelta a sus casas o dejando monedas de oro a campesinos necesitados. Su figura creció tanto que incluso el rey Fernando VII, tras años de persecución, lo indultó y lo nombró jefe de una partida armada destinada a proteger los caminos del bandolerismo… irónicamente.

Ronda: Mito y Memoria

Ronda no fue su cuna, pero sí su alma. Aquí, entre el Tajo, la Alameda y los caminos que conducen a Setenil o Grazalema, su sombra aún se percibe. En las ventas y cortijos, aún se cuentan historias de cómo escapaba de emboscadas o compartía pan con los jornaleros.

Hoy, en la Serranía, su recuerdo es parte viva del folclore. Museos, rutas de bandoleros, y hasta recreaciones teatrales lo evocan con respeto y admiración. No como un criminal, sino como una figura trágica, producto de una época cruel, que decidió tomar las riendas de su destino al filo de la navaja.

José María murió joven, con apenas 28 años, en Alameda (Málaga), víctima de una emboscada. Pero su leyenda no murió con él. El Tempranillo permanece vivo en la memoria de un pueblo que aún lo nombra entre susurros, en los caminos polvorientos de la sierra, donde el tiempo parece haberse detenido.

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