
El Tajo de Ronda y su Puente Nuevo: la herida majestuosa que enamora al mundo
Ronda — Desde lo alto de sus 100 metros de altura, el Puente Nuevo sigue contemplando el paso del tiempo, inmóvil y solemne, como si supiera que su silueta se ha convertido en uno de los símbolos más reconocibles no solo de Andalucía, sino de toda España. El Tajo de Ronda, esa herida natural que parte la ciudad en dos, lleva siglos atrayendo a visitantes, románticos, viajeros y curiosos que buscan asomarse a uno de los paisajes más espectaculares del sur peninsular.
La historia del Puente Nuevo como emblema turístico comienza mucho antes de que existieran las cámaras digitales y los influencers. Ya a finales del siglo XVIII, tras su finalización en 1793, la colosal obra de ingeniería despertaba admiración en los viajeros ilustrados que recorrían España en busca de exotismo y autenticidad. Fue precisamente su construcción la que consolidó a Ronda como un lugar de paso obligado para los grandes cronistas del Romanticismo europeo.
Romanticismo y leyenda
Poetas como Rainer Maria Rilke y escritores como Washington Irving ayudaron a convertir a Ronda en un mito literario. A través de sus textos, el Tajo adquirió una dimensión legendaria, mezcla de vértigo, belleza salvaje y misterio. El eco de las historias de bandoleros, amores imposibles y revoluciones latía entre las paredes de piedra caliza, atrayendo a más y más visitantes en el siglo XIX.
A medida que el turismo fue profesionalizándose en el siglo XX, Ronda supo conservar su esencia sin perder atractivo. Mientras otras ciudades se transformaban, Ronda se mantuvo fiel a su historia y a su paisaje. El Puente Nuevo, siempre presente, fue fotografiado por reyes, cineastas, aventureros y turistas de medio mundo. Incluso Orson Welles y Ernest Hemingway, enamorados del espíritu andaluz, encontraron en el Tajo un lugar de inspiración y recogimiento.
Un mirador eterno
Hoy, el Puente Nuevo no solo une las dos partes de Ronda: une el pasado con el presente. Cada día, miles de visitantes se detienen a contemplar el abismo, a oír el murmullo del Guadalevín al fondo del cañón, a sacar la instantánea perfecta desde los miradores de la Alameda del Tajo o el Parador Nacional. Al caer la tarde, la piedra adquiere un tono dorado que parece devolverle vida al tiempo detenido.
Más allá de su belleza, el Tajo de Ronda es también símbolo de resistencia. Resistencia al olvido, a la homogeneización del turismo, a la prisa. Aquí, en esta grieta majestuosa, el viajero entiende que hay paisajes que no se ven, se sienten. Y que hay puentes que no solo cruzan, sino que conectan a las personas con su historia.